Dormido II: PÁJAROS DE MADERA



Máximo volvió la mirada a las alturas en busca de la voz pero no encontró más que altas y frondosas copas de árboles de todos los colores y formas. No era aquel un bosque al uso, no. Lo que en un inicio le había parecido una selva tropical era en realidad un paraje fantástico, pues nada parecía estar regido por un orden natural. 
—Obviamente, porque es un sueño, recuerda —le sugirió la voz, sin que él dijera nada. 
—¿Cómo has sabido lo qu....? Quiero decir... has sabido lo que estaba pensando... —reflexionó Máximo en alto. 
—Lógico, porque todo esto está en tu cabeza. 
—Ya, ya... —y continuó explorando el paraje. 

A lo lejos escuchó el cántico rítmico y orquestado de unas aves. Sonaban tan armónicas y ordenadas que parecían una orquesta. 
—Son bellas, ¿eh? —sugirió la voz. 
—Eso parece. 
—Pues míralas, están en lo alto. 
Máximo buscó en la copa del árbol del que provenía la sinfonía y observó sólo pájaros de madera. 

—Es todo falso. ¿Quién canta entonces? Este lugar es una farsa. 
—Este lugar es como la vida. Es una recreación de tu vida, Máximo, y lo que en él encuentras son solo alegorías de tu realidad. 
—¿Y quiénes son entonces estos pájaros? ¿A quién representan?
—Piénsalo bien —se mantuvo la voz, insistente en su empeño de que fuera él mismo quien alcanzara sus propias respuestas—. Cantan bello pero son falsos. No existen en realidad y, si lo hacen, son una mentira. 

—¿La gente? ¿Los amigos? Todos esos que a lo largo de la vida me han fallado. 
—Puede ser.
—Ha habido muchos. 
—¿Y por qué lo hicieron? —quiso profundizar la voz. 

Máximo reflexionó unos segundos, luego respondió. 

—No lo sé. Por envidias, por luchas de poder, por mis triunfos o incluso por mis fracasos; por malos entendidos en otras ocasiones... la gente es así. 
—Y tu, ¿tuviste algo que ver?
—Quizá sí en algún caso; pero no en la mayoría. 
—¿Has sido tú un pájaro cantarín de madera para alguna persona en tu vida?

Máximo volvió la mirada al suelo, pero esta vez no lo hizo para reflexionar, sino porque estaba avergonzado. 

—Sí, lo fui –contestó. 
—Entonces las personas son sólo personas, ¿no crees?
—Sí y no. Yo me considero mejor persona que la media de las que he conocido, la verdad. 
—Puede ser, pero ese es otro asunto. Volviendo a lo nuestro. ¿Crees que podremos avanzar escuchando el cántico bello de estos pájaros; aunque sean falsos?
—¿Qué quieres decir?
—¿Pueden cantar y estar ahí o quieres eliminarlos?
—Prefiero que estén, la verdad. Hacen de este lugar algo más agradable; pero recordaré siempre que son falsos. 
—Bien. Pues entonces podemos continuar. 
—¿A dónde quieres llevarme?

Bajo los pies de Máximo se dibujó un surco que marcaba el camino y frente a él la espesura se abrió para dejar paso a un camino que parecía llevar hasta una pequeña cascada. Aquello era un mensaje claro para que continuara su paso, y así lo hizo...



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