Dormido I: EL DESPERTAR

 

Tan acostumbrado estaba a la oscuridad del sueño que cuando despertó, Máximo tuvo que moverse a tientas por la espesura. 

—Tienes rabia —escuchó en lo alto, como si las palabras, fantasmagóricas, las hubiera pronunciado Dios mismo. 

Máximo no respondió, sólo trató de avanzar por lo que parecía ser un húmedo bosque tropical de vegetación espesa, hasta que llegó a un claro en el que se detuvo a respirar. Pensó que agitado como estaba, lo mejor sería descansar y aguardar a que la vista se le acostumbrara a la claridad. Sólo así podría averiguar qué diablos estaba sucediendo para que su plácida siesta se hubiera transformado en aquella incómoda pesadilla. Entonces regresó la voz. 

—Al fin has llegado. Largo tiempo estuve esperándote —repitió alguien desde algún lugar elevado con sonido ronco y reverberante, como si hablara desde el más allá. 

—¿Qué dices? ¿Quién eres? —replicó Máximo, resignado a que quizá lo mejor era entrar en aquel absurdo juego de majaderías para salir de un lugar en el que nada parecía tener sentido. La voz insistió. 

—No soy yo quien tiene respuesta para todas esas preguntas, Máximo, sino tú. 

—¿Yo? —inquirió. 

—Sí, tu. Tu me has creado y tú mismo te has encerrado en este mundo onírico. 

—De forma que estoy soñando y tú estás en mi cabeza. ¿Estoy encerrado?

—Eso parece. 

—¿Por qué?

—¿De verdad continuarás así todo el tiempo? —y a la pregunta retórica le siguió un largo silencio. Máximo deseaba maldecir aquel lugar y al majadero que le estuviera hablando desde quién sabe dónde; pero resolvió que mejor sería mantener la calma y no ofender a quien quiera que fuera. Quizá le necesitara para salir de allí. Así que respiró hondo varias veces y trató de reducir el ritmo de sus pulsaciones. 

—Abre los ojos, lentamente, Máximo —le sugirió la voz. Así lo hizo y la rama de un árbol le hizo sombra para evitar que los rayos cayeran directamente sobre su rostro— ¿Ves? Ahora ya estás mejor. Sólo procura mantener la calma. De lo contrario, no podremos hablar. 

—¿Hablar? ¿De qué tenemos que hablar...? —y entonces Máximo recordó que la voz sólo hacía preguntas y no tenía ninguna respuesta— ¿De qué me servirás si no tienes ninguna contestación a mis dudas?

—No tengo respuestas pero sí puedo ayudarte a que tú mismo las encuentres. Hazme un favor. Levántate y anda... 

Máximo obedeció y se sintió mejor. Su vista se había adaptado al lugar y bajo sus pies, descalzos, sentía el musgo húmedo y cálido. Ahora aquel sitio parecía un lugar acogedor. 

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