CÓMEME
Alberto no podía creer lo que estaba sucediendo. Sofía nunca le había hablado de aquella manera. Ella no era así. De pronto, aquella noche, por fin cumplía su sueño; tras varios meses de intentos ella se desataba el vestido y se abría a él. Una escena completamente surrealista. No podía estar pasando, no comprendía nada. Él acarició su piel con tiento hasta que le hizo estremecer porque sus manos estaban frías. Serán los nervios, pensó. Se lanzó al cuello y allí se empachó de su olor fresco y húmedo. Besó, lamió y succionó. Luego bajó al pecho, y tanto se agitó, cegado de pasión, que se le escapó la fuerza en el mordisco. Al respingo de ella le siguió un quejido. Le había hecho un poquito de sangre.
—Qué bestia— susurró ella, pero con cara lasciva. Aquello no podía estar sucediendo, volvió a pensar Alberto. Ella no era así.
ENTONCES DESPERTÓ
Sofía le llamaba a gritos desde la cocina.
¡Están las hamburguesas! —le gritó desde el otro lado de la casa. Ella pensó que él estaba viendo la televisión. No imaginó que se había quedado dormido, disfrutando en sueños de sus fantasías más húmedas. Y en la cocina, comiendo aquella hamburguesa grasienta y sabrosa que ella había preparado y que goteaba aceite, képchup y mayonesa, él hizo el esfuerzo, sin que se le notara, de seguir como si nada aunque en el fondo estuviera esforzándose por no salir de aquel sueño.
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