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NO PODEMOS ENTREVISTAR A LOS MUERTOS

—¿Y por qué los pintaron? —preguntó el chaval. —No lo sabemos…—respondió el guía. Aquel niño era de los suyos, pensó. Sus ojos resplandecían de asombro frente a cada representación, como los suyos cuando tenía su edad. —¿Lo hicieron por adoración a esos animales? ¿Porque los consideraban dioses? —insistió el zagal, que enumeró las teorías que los estudiosos más atrevidos se han empeñado en defender en decenas de publicaciones baratas que llenan las estanterías de las tiendas en los museos. —No lo sabemos…  —No lo entiendo. Alguna razón tuvieron —repitió el chiquillo, algo irritado, impaciente. —Claro que la tuvieron; pero no la conoceremos.  El rostro del chaval tornó serio, taciturno. No volvió a hablar en toda la visita a la cueva; pero escuchó con atención. —Tuvieron sus razones, seguro; pero no sabemos si adoraban a estos animales, como dices, o si sólo tenían hambre, si sus inquietudes eran meramente artísticas o, sencillamente, estaban aburridos. No podemos entrevistar a los muer

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