SERES HUMANOS ¿IMPERFECTOS?

 


–Maestro, anoche me asomé a la ventana del infinito y contemplé a los humanos desde lo alto. Son pequeños, sencillos e insignificantes. Creo que ahora comprendo plenamente su mundo –observó el aprendiz de dios–.

–¿Comprender su mundo? –replicó su tutor– Ni siquiera alcanzas a imaginar la complejidad de esos seres minúsculos. 

El zagal se revolvió, confundido, y también irritado porque en su soberbia no cabía la posibilidad de aceptarse equivocado. 

–Pues sigo pensando que me parecen minúsculos, piezas invisibles de este universo –insistió el pequeño–.

El maestro forzó el gesto para mostrarse indiferente ante el joven. Fue un ademán de soberbia aún mayor que el mostrado por el pequeño hacia los mortales, una manera de que el estudiante comprendiera que su lugar en el cosmos era, al menos por ahora, mucho más modesto del que imaginaba. 

–Escúchame bien, aprendiz. Sólo si desciendes y te mezclas con ellos, llegarás a comprender verdaderamente su mundo. Pero ten cuidado, muchos lo hicieron y nunca regresaron. 

Los ojos del joven se abrieron como platos, casi tanto como su boca, que casi pudo haberse tragado una galaxia entera. 

–¿Los asesinaron?
–No –observó el maestro–, fueron ellos los que declinaron volver. Unos se enamoraron, otros encontraron la verdadera amistad o hallaron paz en la belleza del mundo sencillo. A veces, querido hijo, parece que estos seres pequeños que observas desde las alturas comprendieran mejor el universo de lo que lo hacemos nosotros. 

El pequeño quedó largo tiempo rumiando esas palabras, cavilando si algún día, por alguna razón, también renunciaría a su condición de dios para ser uno más en esa inmensa maraña de seres humanos imperfectos. 










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