ESTABA ENAMORADA DE MI (RELATO DE TERROR)


   No sé usted, pero yo no creo en Dios. Aunque doy fe de que alguien o algo nos vigila desde allá arriba. Algo que toma decisiones sobre cuestiones que nos conciernen, que nos juzga y nos castiga. Muchas veces me han llamado loco pero son ellos los majaderos. Si estuviera loco, ¿cómo podría contarles mi historia con semejante cordura?

No sé cuándo fue la primera vez que lo pensé, pero recuerdo que lo decidí un dos de enero. Era un día frío. Una densa nevada cubría la finca y los copos gigantescos caían sin parar. Yo las quería mucho a todas. A todas menos a una. Todas aquellas monjas eran encantadoras; pero esa en concreto... Era una bruja. Mala como no he conocido nunca nadie. Y vive Dios que he abierto las puertas mismas del infierno, cada noche, cuando en aquellos días bajaba a alimentar las calderas de la casa y al abrir la compuerta de acero me quedaba embobado, escuchando a lo lejos los gritos de las ánimas perdidas mientras notaba que el fuego me hervía el rostro. 

Como les iba diciendo, aquel fue un invierno frío. Muy, muy frío. Yo me ocupaba de la limpieza de la casa, de mantener la finca, de ir a comprar comida... Y ella, que estaba al mando de la casa y daba órdenes a las demás, siempre se me insinuaba. Estaba perdidamente enamorada de mí; y aunque nunca me lo confesó, lo sé. Usted creerá que estoy loco pero los locos no saben nada, y yo sé muy bien lo que digo. Me enseñaba la piel blanca y fina de su muñeca al descubrirse para ofrecerme el mendrugo de pan por las mañanas. Me miraba con deseo, lo sé. Y su olor... Ese aroma fresco a jazmín con el que me envolvía cuando estaba cerca... Por las noches la vigilaba por la ranura del marco de la puerta de su habitación y la veía desnudarse, lavarse y tocarse la entrepierna. Siempre, al final del día, se tocaba porque pensaba en mi. Tardaba en echarse a dormir exactamente una hora y treinta y siete minutos, y yo, sin falta, la espiaba todo ese tiempo, siempre por la ranura. ¿Podría un loco actuar con tanta prudencia?

Como les iba diciendo, lo decidí un dos de enero. Decidí matarla, por mala, por mentirosa. Dos días antes le había dado un beso y ella me había respondido con un bofetón. Me dio tan fuerte que casi me revienta un ojo. Se le hincharon todas las venas del rostro, se puso roja como la sangre y me gritó tan alto que no escuché ninguno de sus insultos. Aquel día no dije nada. Me di media vuelta y me fui. Maldita mentirosa. Estaba enamorada de mi, eso sí que lo sé, pero no quiso confesarlo. No quiso decirlo porque era monja, y para ella estaba prohibido; pero en el fondo estaba enamorada de mí. ¿Razonaría con tanta claridad un loco? 

Pasé dos noches pensándolo hasta que me di cuenta de que no había solución. Así que el dos de enero no la espié. En lugar de quedarme fuera, mirando por la rendija de la puerta, entré en su habitación y le devolví el golpe en la cara, pero con todas las fuerzas que había guardado en dos días. Le di tan fuerte que cayó hacia atrás y se le rompió la cabeza contra el suelo. Al momento estaba muerta. Sólo en ese instante, en aquel mismo segundo, dudé si estaba loco. Porque nada más hacer aquello, me sentí triste. Pensé que ya nunca volvería a ver a mi amor, que ya nunca más volvería a espiarla, ni a verle tocarse por mí. Nunca volvería a olerla, ni a ver la deliciosa piel de su muñeca. Así que tomé el ron y bebí sin reparos. El pensamiento se me nubló durante un tiempo. Sentí unas ganas irrefrenables de correr de un lado a otro de la casa, de roper cosas. Llamé a las puertas de todas las demás y las saludé con abrazos y besos. Vi que tenían frío y bajé rápido a avivar el fuego de las calderas. Y allí, de nuevo al abrir la compuerta, volví a escuchar el lamento de las ánimas perdidas en el infierno. Aquella vez pude ver el infinito de las profundidades de la tierra, ardiendo hasta donde no alcanzaba la vista hacia abajo y más abajo. Allí de donde parecían brotar todos aquellos gritos de terror. Y entonces me sentí bien y me dormí. 

***

Les decía al principio de este relato que no creo en Dios; pero sé que alguien toma decisiones allá arriba porque cuando desperté, supe que yo también estaba muerto. Sé que soy un fantasma, pero un fantasma encerrado en esta casa. Una fuerza superior me ha condenado a vagar eternamente por estas habitaciones y no me deja salir por la puerta, ni por las ventanas, ni por la chimenea. Hace décadas que no oigo a las monjas. Desaparecieron todas ellas y aquí sólo quedo yo. Atrapado. Castigado. Sea quien sea quien me retiene aquí piensa que he hecho algo malo, o que estoy loco y yo les digo que podré estar muerto pero de verdad que no, bajo ningún concepto, soy ningún loco. 




APUNTES: 

El ejemplar de El Diario Vasco del 3 de enero de 1924 recoge el escabroso asesinato de trece monjas de clausura del convento de Santa María de los Remedios, en Guipúzcoa. El guarda de la casa las mató a golpes y luego las arrojó, una por una, a la caldera de la casa. Luego se suicidó tirándose al fuego. Al día siguiente la Guardia Civil encontró todos los cuerpos calcinados entre las cenizas. Desde entonces el convento permanece abandonado. 








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