LA LUJURIA


Allí dentro los hombres y las mujeres parecían iguales. Desnudos y húmedos, algunos estaban adormecidos, otros excitados e incluso los había pasmados, tal como si estuvieran drogados. Sus pieles desnudas se rozaban en todas las direcciones y ya no necesitaban hablar porque a través de los poros y fluidos se comunicaban sus estados de ánimo, sus apetencias, sus anhelos. No había tiempo para la reflexión ni el razonamiento, sólo para el instinto. Sin saberlo, todos habían ido perdiendo su conciencia de yo, su individualidad, para formar parte de un ente colectivo más grande pero no por ello más complejo. Era una masa amorfa sostenida en kilos de carne sudorosa y mentes vacías que se entregaban a la lascivia y al deseo. 

Antes de quedar totalmente anuladas, muchas de aquellas personas se habían preguntado si alguna vez habían estado vivas. Si, como otras tantas, habían tenido proyectos de vida, planes, horizontes que alcanzar y por los que luchar día tras día... Muy pocas, las que retenían una pizca de razón, se entristecían y se emocionaban por la nostalgia de aquella libertad perdida, porque ahora eran esclavas del grupo, de sus instintos y de sus deseos. Entonces sus lágrimas se mezclaban con los sudores y los fluidos terminaban por arrebatar cualquier signo de cordura para anularlos definitivamente en pos del colectivo.

Desde la lejanía aquella amalgama de entes primarios, de cabezas huecas y cuerpos desatados, parecía adquirir la forma de una figura humana con una mirada aterradora. Era una figura que crecía día tras día, alimentándose de las almas de más y más personas desorientadas. Se nutría de ellas y lo sigue haciendo quién sabe con qué fin. A esa figura, que algunos conocen bien, la llamaron lujuria. 

Comentarios

Entradas populares