PAPÁ, NO PODEMOS PASAR




 —¿Por qué nos paramos, papá? –le preguntó la cría de T-Rex a su grandioso padre. 

—Porque no nos está permitido el paso a este bosque —le respondió al pequeño, que movía sus pequeñas manitas delanteras con el ansia propia de un niño con sed de aventuras. 

Los dos se quedaron parados frente a la señal y sintieron como si ese maldito símbolo, que establecía una frontera invisible, les estuviera faltando al respeto. 

—¿Y quién ha puesto esto ahí, papá? –preguntó el joven dinosaurio, con toda la razón. 

—Mmm, pues los hombres, hijo. Los seres humanos. 

El pequeño apartó la mirada del dibujo de dinosaurio atrapado en el triángulo rojo y se volvió hacia su padre, cuya cabeza le quedaba tan alta que le tapaba el sol. 

—¿Y por qué, papá? 

—Porque nos temen. Nos tienen miedo. 

El pequeño entornó los ojos tratando de comprender lo que no tenía sentido en su pequeña mente inocente. 

—Verás, hijo. Hubo un tiempo en que los dinosaurios se alimentaron de los humanos. Fue un tiempo en que los devoraron. 

—¿Si? —exclamó sorprendido el pequeño. Nunca, jamás en sus pensamientos hubiera imaginado que un dinosaurio fuera capaz de semejante barbarie— Pues yo tengo muchos amigos humanos. Les dejo montar en mi lomo. No lo entiendo. 

Los dos volvieron a contemplar el símbolo hecho de madera y les pareció aún más feo, aún más ofensivo. 

—¿Sabes qué? —resolvió el padre—. Creo que tienes razón. A ninguno de los dos se nos ocurriría comernos a un humano. 

—Yo no tengo hambre —añadió el zagal. 

Así que decidieron ignorar la señal y avanzar hacia las profundidades del bosque. En su camino encontraron varios humanos y los saludaron con amabilidad. Nadie se asustó y todos lo entendieron como algo normal. Otros muchos dinosaurios comenzaron a desobedecer las señales con las que los humanos más cobardes y huraños habían sembrado los montes, las playas y las praderas. Gracias a ello muchos más dinosaurios se encontraron con humanos y de esos contactos fortuitos surgieron nuevas historias de amistad. Le ocurrió precisamente al pequeño T-Rex de este cuento pero esa historia, querido lector, será contada en otra ocasión. 

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