OS ECHO DE MENOS

 
   En aquel acantilado la cerveza siempre sabe de otra manera. Rezuma aroma a adolescencia, a aventuras imprudentes, a tantas noches de verano de compañeros en torno a una hoguera, confesando confidencias, compartiendo vida, construyendo un vínculo que se ha mantenido décadas después.

Es dos de julio, y como cada año desde hace cincuenta, Pedro, Pablo, Paulino, Pancho, Patricio y Pascual   conducen sus viejas motos frente a aquellas rocas para degustar aquella cerveza. Esas chatarras sobreviven como ellos, ajadas por dentro pero bellas por fuera. Tapando las faltas con manos de pintura, como ellos ocultan las arrugas, las manchas de la piel o las heridas del corazón bajo la vitalidad de quien aún quiere sentirse joven. 

Es dos de julio, y como cada año desde hace cincuenta, recuerdan lo que fueron y sueñan con lo que seguirán siendo, con el empuje del primer día. Con la inocencia de los quince años, tal como si aquel lugar, cada vez que lo visitan, los regalara una porción de vida.

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