SUS OJOS AZULES




La luz de la llama iluminaba tímidamente la habitación, que se tornaba más oscura cada vez que ella cerraba sus ojos azules, destellos resplandecientes de océano, para degustar sin distracciones el placer en su interior. Tensos los músculos, húmedos los labios y la piel, los cuerpos encontraban a veces esa compenetración orgánica de los amantes que se conocen. Ahí, cuando llega la explosión, se afanaba él en silenciar el placer de ella, callando su boca con la mano, para no ser descubiertos en mitad de la noche. 
Ahora ella mantiene silencio incluso sin pedírselo; para zanjar el lance furtivo. Para olvidar una aventura necesaria, pero diseñada con fecha de caducidad. Y pese a que esas cartas siempre estuvieron sobre la mesa, ninguno de los dos puede garantizar hoy que sus pieles húmedas nunca vuelvan a encontrarse; que ella ilumine con su mirada otra habitación oscura y que él silencie de nuevo su placer en mitad de la noche. No pueden garantizarlo porque no depende completamente de ellos, sino de la vida, y de los caprichos con los que dibuja sus caminos.

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