NO QUIERO ESPERAR
El jardín palidece y se entrega dócil al otoño. Cuando llegue mi momento —piensa la gata Matilda—yo también me entregaré dócil a la muerte.
Como todos los gatos, que tienen desde el nacimiento un pacto firmado con el más allá, Matilda sabe que su reencarnación será humana. Por eso dedica toda su vida animal a aprender de las personas: la forma en que se comportan, cómo hablan, visten y se relacionan. Los observa durante largo rato, sin inmutarse. Es consciente de que el día en que finalice su aburrida vida gatuna, comenzará otra mucho más divertida y libre. Tendrá dinero, viajará en coches caros y volará en aviones alrededor del mundo: Roma, París, Nueva York...
De cuando en cuando, sumida en el colmo de la desesperación, se lanza al vacío para poner fin a esta vida de transición; pero la naturaleza, consciente de todo, equipó a los felinos con el don de la supervivencia. Tantas veces quiso caer de cabeza... y su cuerpo siempre reaccionó, desobedeciendo a su pensamiento, como en un acto reflejo, para terminar viéndose en pie sobre el suelo.
Matilda observa con ojos envidiosos a la mujer que le fotografía desde el otro lado de la barandilla. Algún día, piensa la gata, será mi día.
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