DECÍDASE
Perderá una de las tres —le advirtieron los médicos— así que decídase.
No era una deliberación fácil para Nacho. Su tumor cerebral era profundo y para extirparlo había tres posibles accesos en los que, sí o sí, habría que sacrificar neuronas que, a lo largo de sus 46 años, eran responsables de los mayores placeres de su vida: el sexo, la comida y la música.
—¿No hay otra forma? —insistió.
—No —respondieron— piénselo de otra manera, ¿prefiere morir?
No podría renunciar al sexo. Imposible. Aunque pensándolo bien ahora, casado, había terminado por reducirse a uno o dos encuentros insípidos al mes.
La comida... ineludible. Podría seguir disfrutando de los mayores manjares hasta que su cuerpo decidiera morirse de algo diferente a un tumor cerebral.
¿Y la música? Sería lo más factible vivir sin ella de no ser porque no se trataba sólo de un disfrute sino de una profesión, pues Nacho era violinista.
—¿Y si elige usted? —resolvió mirando al médico.
—¿Me toma el pelo? —replicó el otro, pensando que se trataba de un completo descerebrado.
—Elegiré al azar —resolvió Nacho y ordenó al médico que escribiera cada opción en un papel y que luego lo doblara. Él elegiría uno a ciegas. Así lo hicieron y se entregó al plácido sopor de la anestesia; pero cual fue su sorpresa al despertar cuando se percató de que los tres placeres permanecían inmutables.
—Tuvo suerte, o tal vez no —respondió el cirujano—. Tenga seguro que hay una parte de su cerebro sano que ya no existe. No tardará en descubrir cuál es.
Y así vivió Nacho durante días, escuchándose, examinándose. Ansioso, pasando las noches en vela por la intriga. Con los ojos como platos cada madrugada... un día tras otro, y otro... Hasta que decidió regresar al médico. Le hicieron pruebas y finalmente resolvieron la duda.
—Ha perdido usted la facultad de dormir —zanjaron.
—¿La facultad de dormir? ¿Puede perderse eso?
—Lo lamento mucho. Pero piénselo de otra manera. ¿Preferiría estar muerto?
Y entonces Nacho imaginó que podría haber renunciado durante cien vidas al sexo, al placer por la comida y a cualquier posibilidad de volver a tocar el violín por una sola noche de sueño profundo.
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