PODER ABSOLUTO




Los ingredientes estaban bien calculados: un dedal de polvo de fémur de jirafa, dos ojos de lagartija, el ala de una mosca, las patas de una mantis religiosa, dos cucharadas de pimienta, una gota de bilis de hígado de cuervo, dos pelos gruesos de rabo de rata y la sustancia secreta. Pero la cocción… la cocción nunca era la misma. Dependía del día; de si hacía sol o llovía, si soplaba norte o sur. Hasta la luna influía.

Rodrigo había aprendido a dejarse guiar por el olfato. Cerraba los ojos y absorbía los vapores ácidos que le abrasaban las fosas nasales. Era capaz de distinguir en el aire aquellos hedores diferentes que juntos resultaban absolutamente pestilentes. Después aguardaba media hora… y era entonces cuando esa amalgama desaparecía para alumbrar un aroma a tarta de manzana recién salida del horno, cuando sabía que había llegado el momento, cuando había funcionado el conjuro. 

Cocinaba aquel brebaje una vez al año y lo guardaba con mimo en un frasco de vidrio. Después de treinta años de magia, había comprobado que nada podía igualarlo. Antes de aquello lo había probado todo: la pócima de la invisibiliad, la de la verdad, el suero del amor, el del odio… Nada era equiparable al poder absoluto que le proporcionaba la capacidad de argumentación infinita.  

Comenzó hace ahora veinte años, en una discusión de taberna. Nadie pudo rebatir sus argumentos, fueran cuales fueran, falsos, falaces o inverosímiles. Siempre encontraba la manera de retorcerlos, de invertirlos contra del adversario. Era la suya una dialéctica imbatible. Siguió después con vecinos y artesanos. Al principio le costó forzar esas reuniones pero luego, cuando se vio convertido en un líder de opinión, no le hizo falta. Logró la alcaldía y después nadie pudo frenarle en una carrera política que resultaba del todo imposible; pero cierta. Hoy, convertido en uno de los hombres más ricos y poderosos del país, se carcajea mientras celebra su éxito. Luego mira el oro mágico encerrado en el frasco de vidrio y bebe otro sorbo. —Con eso tendré para un mes— piensa. Y en la periferia de su mente continúa rumiando la duda de quien será el elegido que disfrutará de su legado cuando él ya no esté.

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